Es
raro. Es difícil. Es complicado. Reconocer dónde estoy y cómo me siento. Pero
lo raro es no encontrar salida. No buscar una solución. No saber qué hacer para
que mis ojos dejen de sangrar y mi corazón deje de llorar.
Lo
difícil es huir de esto. Difícil e imposible. Imposible porque permanece dentro
de mí. Forma parte de mí y nunca dejará de hacerlo.
Difícil es encontrar la manera de salir. De poner fin a toda esta agonía que no
me deja siquiera respirar. A toda esta tristeza que me acompaña desde el
instante en que abro los ojos, por la mañana. Hasta que consigo cerrarlos, a
altas horas de la noche.
Y
es que me gustaría poder dormir. Poder dormir eternamente. Solo para no pensar.
Solo para no llorar. Para no terminar destrozada sobre mi cama deseando que
esto termine. O que alguien venga. O que todo el mundo se vaya. O deseando irme
lejos. Lejos de aquí. Lejos de ti. Lejos, incluso, de mí.
Resulta
tan complicado decidir por mí. Decidir por cortar esto de raíz. Decir una
mañana “ya basta, es hora de ser feliz”. O cualquier cosa que no sea mirarme al
espejo y romper a llorar. Y hacerme añicos. Como si mi puño atravesara el
espejo y éste se rompiera al instante en cientos de pedazos.
Cuando
abro los ojos, pienso que tan sólo es otro día más. Otro día en el que no
pasará nada. Otro día como tantos otros. Otro día en el que, varias horas
después, me volveré a meter a la cama con el mismo pensamiento con el que he
amanecido.
Sin
embargo, cuando consigo cerrarlos, tras varias lágrimas derramadas. Los pensamientos
siguen inundando mi mente. Y el dolor, mi alma. Y no hay forma de pararlo. Como
si una ola inmensa habitara en mi interior. Y solo consigo dejar de pensar
cuando mi agotamiento supera mi dolor. Cuando mis ojos están hinchados y
necesitados de descanso. Y cuando mi mente, cansada ya de pensar, solicita unas
horas de sueño.
Sueños
que me gustaría hacer realidad. Sueños en los que el dolor no existe. Y el
sufrimiento está apartado. Sueños, en su mayoría, irreales. Sueños que se
desvanecen cuando los ojos vuelven a abrirse. Sueños inalcanzables.
Irrealizables. Sueños absurdos. Sueños, al fin y al cabo, felices. En un mundo
de infelices.
Vale, no sé qué decirte. No me he echado a llorar de milagro. Me siento identificada a esta entrada y si pudiera clavar el móvil a la pared para observar esta entrada todos lo días, lo haría.
ResponderEliminarMe la quiero volver a leer :$
Besos!
PD: espero que cuando lea la siguiente entrada no me hagas llorar ê.e